¿Quién hubiera imaginado que se daría semejante caos a nivel mundial por un virus? No es que no haya ocurrido nunca antes. Los hechos más recientes fueron el ébola, el H1N1 y el SARS. O podemos ir hasta 1918, cuando la gripe desatada en España se llevó unas 10 millones de vidas. Ahora, este COVID-19 que se las trae, empujando a casi toda la humanidad al confinamiento y al distanciamiento social. Repentinamente muchos se encuentran entre cuatro paredes más tiempo del imaginado (y deseado); cuatro paredes que ya no son, en muchos casos, las del trabajo, sino las de su hogar. Ese lugar en el que estamos tan poco tiempo. A veces, sólo lo ocupamos para dormir y pasar parte del fin de semana.
Este virus forzó a las personas a refugiarse, a observar más tiempo y con más detenimiento el lugar en el que «vive». A relacionarse casi obligadamente con quienes convive, que en muchas ocasiones resultan casi extraños. También impone el enfrentamiento entre aquellos que comparten el techo pero no la alegría de estar juntos, o incluso la angustia por hacerlo. No hay escapatoria. No podés huir. Sólo te queda aprovechar esta oportunidad de volver a tu hogar, de volver a tu cuerpo (que también es tu hogar) y de afrontar toda la incomodidad que implica estar encerrados durante esta cuarentena.
El planeta nos llevó a esto (y creo que recién empieza) para purgarse, para limpiarse y para invitarnos a revernos, a revisar las consecuencias de nuestras acciones. En tan sólo unos días después del comienzo del resguardo obligatorio, en varias ciudades se empezaron a notar cambios sustanciales en el ambiente; la disminución del tráfico aéreo y el tránsito en las calles permitieron que el cielo se limpiara y pudiera verse más claro, los peces y cisnes volvieron a las ahora aguas claras de los canales de Venecia, desde Santiago de Chile ahora se pueden ver las montañas que suelen quedar tapadas por tanto smog.
Ahora la gente conoce a sus vecinos a través de sus balcones, e incluso se cantan el feliz cumpleaños, o bailan cuando se hacen fiestas entre los edificios en algunos barrios porteños. Se expandió la conexión entre personas físicamente distanciadas gracias a la omnipresencia de internet. Una enorme cantidad de gente se animó a dar y compartir lo mejor de sí en vivo a través de redes sociales, generando lazos inimaginables entre diversos puntos del planeta, en tiempo real, buscando elevar la vibración de la tierra, que simplemente se hartó de tanto maltrato y pide un respiro. Este puromundo que necesita má s empatía de nuestra parte, volver a conectar con la naturaleza y volver a conectar con nosotros mismos. Este puromundo que nos pide por favor «Volvé a tu hogar, volvé a vos. Volvé a cuidarte y a cuidarme. Yo también soy tu hogar».
